En estos días nos han invadido estos insectos, lo que aparentemente no significa daño alguno, a no ser que usted esté hecho de lana. Aparentemente...
No se trata de ranas, mosquitos o tábanos. Ni siquiera de langostas. Una invasión de polillas es la versión tercermundista de una plaga bíblica.
Ni siquiera puede uno quejarse con propiedad, dado que nadie sería
capaz de tomar en serio a alguien que se quejara porque un bicho tan
anodino como la polilla ha tomado su ciudad por asalto. No le hace mal a nadie, no ocasiona pérdidas de ningún tipo, no afecta las cosechas. No hace nada, sólo joroba de lo lindo, y apenas sirve como tema de conversación.
Eso es lo que creemos, porque en realidad, cualquiera con dos dedos de frente puede notar la conspiración que se encuentra detrás de la llegada de estos insectos saprófagos. El amigo lector recordará como hicieron los griegos para entrar en Troya: obsequiando a los troyanos un caballo en el que se ocultaba un grupo de soldados. Y los muy incautos aceptaron el regalo porque el caballo les pareció inofensivo.
Esto es más o menos lo mismo. Son las polillas bicharracos tan intrascendentes, que ninguno de nosotros se atrevería a desconfiar de ellas. De hecho, parecen estar hechas de nada. Si usted despatarra a una de un chancletazo, verá que en lugar de expulsar asquerosidades como el resto de los insectos, aparece una especie de polvillo gris brillante, que en algunos casos puede parecer hasta simpático.
Ahí está el asunto. Mientras nosotros caminamos por las calles como bobos alegres, suponiendo que las polillas no nos harán nada, ellas se infiltran en nuestra sociedad con el fin de dominarla.
Algunos dirán que vienen del espacio exterior, seguramente otros digan que son una nueva arma secreta de alguno de esos países a los que les gusta tener armas secretas, pero el asunto, a todas luces evidente, es que están aquí para conquistarnos.
A usted se le meten 15 o 20 polillas en la casa, y en cuanto se entera que no pertenecen a la especie que haría peligrar la integridad de su frazada favorita o su mesita de luz, se dedica a convivir con ellas como si tal cosa, sin sospechar ni por asomo lo que estas bestias traman.
Una vez instaladas en todos los hogares, aprovecharán nuestras horas de sueño para alojársenos en la pelusa del ombligo, que todo el mundo sabe que tiene hasta el más limpito. El ombligo es el resto del cordón umbilical, y cualquiera sabe que desde allí se puede acceder con facilidad a la esencia misma del ser humano.
Habiendo capturado la información, desaparecerán como si tal cosa con la misma celeridad con que llegaron, y casi no nos daremos cuenta. Pero será tarde.
Volverán a su planeta oa su base en Alaska, donde compartirán los datos con la polilla reina, que de inmediato comenzará a planear la invasión. Derrotar a un enemigo del que se conocen todas las intimidades es más fácil que arrastrar un palo, y un buen día nos levantaremos de la cama sólo para comprobar que hemos sido conquistados vaya uno a saber por quién o qué.
Lo peor de todo no es el hecho de ser invadidos y dominados, porque eso pasa todo el tiempo. Lo malo es que sean polillas. Ser esclavizado por un montón de insectos que no tienen nada dentro es a todas luces humillante. Si se tratara de seres verdes con cabezas enormes y ojos grandotes, existiría cierta dignidad en la esclavitud, pero tener una polilla como amo es denigrante. Seremos el hazmerreír de la comunidad internacional, y los países del primer mundo se burlarán de nosotros y nuestras polillas, mientras ellos son dominados por cosas que realmente valgan la pena.
El Estado asegura que la invasión no representa peligro alguno para los montevideanos, pero se debe a que se cometió el error de encargar el análisis al Ministerio de Salud Pública, cuando debería haber estado a cargo del de Defensa.
Lo único que podemos hacer es quitarnos meticulosamente la pelusa del ombligo cada noche antes de acostarnos, y rogar para que cuando nos dominen, al menos sean clementes.
El Observador
Eso es lo que creemos, porque en realidad, cualquiera con dos dedos de frente puede notar la conspiración que se encuentra detrás de la llegada de estos insectos saprófagos. El amigo lector recordará como hicieron los griegos para entrar en Troya: obsequiando a los troyanos un caballo en el que se ocultaba un grupo de soldados. Y los muy incautos aceptaron el regalo porque el caballo les pareció inofensivo.
Esto es más o menos lo mismo. Son las polillas bicharracos tan intrascendentes, que ninguno de nosotros se atrevería a desconfiar de ellas. De hecho, parecen estar hechas de nada. Si usted despatarra a una de un chancletazo, verá que en lugar de expulsar asquerosidades como el resto de los insectos, aparece una especie de polvillo gris brillante, que en algunos casos puede parecer hasta simpático.
Ahí está el asunto. Mientras nosotros caminamos por las calles como bobos alegres, suponiendo que las polillas no nos harán nada, ellas se infiltran en nuestra sociedad con el fin de dominarla.
Algunos dirán que vienen del espacio exterior, seguramente otros digan que son una nueva arma secreta de alguno de esos países a los que les gusta tener armas secretas, pero el asunto, a todas luces evidente, es que están aquí para conquistarnos.
A usted se le meten 15 o 20 polillas en la casa, y en cuanto se entera que no pertenecen a la especie que haría peligrar la integridad de su frazada favorita o su mesita de luz, se dedica a convivir con ellas como si tal cosa, sin sospechar ni por asomo lo que estas bestias traman.
Una vez instaladas en todos los hogares, aprovecharán nuestras horas de sueño para alojársenos en la pelusa del ombligo, que todo el mundo sabe que tiene hasta el más limpito. El ombligo es el resto del cordón umbilical, y cualquiera sabe que desde allí se puede acceder con facilidad a la esencia misma del ser humano.
Habiendo capturado la información, desaparecerán como si tal cosa con la misma celeridad con que llegaron, y casi no nos daremos cuenta. Pero será tarde.
Volverán a su planeta oa su base en Alaska, donde compartirán los datos con la polilla reina, que de inmediato comenzará a planear la invasión. Derrotar a un enemigo del que se conocen todas las intimidades es más fácil que arrastrar un palo, y un buen día nos levantaremos de la cama sólo para comprobar que hemos sido conquistados vaya uno a saber por quién o qué.
Lo peor de todo no es el hecho de ser invadidos y dominados, porque eso pasa todo el tiempo. Lo malo es que sean polillas. Ser esclavizado por un montón de insectos que no tienen nada dentro es a todas luces humillante. Si se tratara de seres verdes con cabezas enormes y ojos grandotes, existiría cierta dignidad en la esclavitud, pero tener una polilla como amo es denigrante. Seremos el hazmerreír de la comunidad internacional, y los países del primer mundo se burlarán de nosotros y nuestras polillas, mientras ellos son dominados por cosas que realmente valgan la pena.
El Estado asegura que la invasión no representa peligro alguno para los montevideanos, pero se debe a que se cometió el error de encargar el análisis al Ministerio de Salud Pública, cuando debería haber estado a cargo del de Defensa.
Lo único que podemos hacer es quitarnos meticulosamente la pelusa del ombligo cada noche antes de acostarnos, y rogar para que cuando nos dominen, al menos sean clementes.
El Observador
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