EL PERSONAJE | C. PÁEZ VILARÓ
"A mi edad, pensás en los promedios"
A punto de cumplir 90 años, el creador de
Casapueblo y artista del candombe por antonomasia repasa los mojones de
su vida con altibajos y habla de los homenajes con olor a despedida.
Gabriela Vaz
María, una de las asistentes de Carlos Páez Vilaró
desde hace casi dos décadas, entra al atelier visiblemente entusiasmada.
"Carlos, tengo una muy buena noticia. Recién llamaron para avisar que
en un rato viene Isabel Allende", anuncia sonriente. Parado frente a su
mesa de trabajo, inalterable, el artista comenta: "Mirá... Tengo todos
sus libros. Justo el último se lo regalé a Annette".
-Me dijeron que ella lo entrevistó en Chile, por el accidente- continúa María.
- Ah... sí, puede ser...
Es lunes de mañana y muy pocas personas saben que una
de las escritoras más populares de habla hispana anda por Uruguay. Sin
embargo, en Carlos Páez Vilaró no se percibe más que cierta sorpresa
calma. Es entendible. ¿Qué podría inquietar a un hombre que escapó de
una condena a muerte en el Congo, que vivió en un leprosario de África,
que convivió con un Premio Nobel, que tuvo de maestro personal a Pablo
Picasso, que luchó por un hijo que todo el mundo creía muerto y estaba
vivo, que luchó por otro hijo que la Justicia quería quitarle, que pintó
el que supo ser el mural más largo del mundo, que estrechó las manos
del Che Guevara y Andy Warhol y Juan Carlos Onetti y Marlon Brando y
Salvador Dalí y Oscar Niemeyer y Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato y
Juan Domingo Perón y Juan Manuel Fangio y Lech Walesa y Santos Discépolo
y Astor Piazzolla y... y... y...?
El próximo 1° de noviembre, Páez Vilaró cumple 90 años.
Se le descubre la edad en el bagaje infinito de anécdotas tanto como en
los movimientos lentos y en la voz cascada, pero no así en la
vitalidad. "Trabajar es lo que me mantiene, siempre estoy haciendo
algo", sostiene en su atelier de Casapueblo, la icónica estructura
blanca de Punta Ballena que su creador llama una "escultura habitable".
Frente a él, en una larga mesa de madera, reposan pinceles, tachos de
pintura y hasta un frasco de perfume que, simpático y risueño, rocía
sobre periodista y fotógrafo. También hay láminas a medio hacer, en las
que se adivinan las líneas de una comparsa. A pedido de María, está
pintando con motivos de candombe, ya que es lo más solicitado.
A la obra de Páez Vilaró se la reconoce por sus
soles, sus gatos, sus tamboriles y, antes que nada y que todo, sus
negros. Los negros fueron el germen de su arte y de sus peripecias por
el mundo; fueron el primer amor y, tal vez, el más inesperado para el
hijo de un diplomático nacido en Pocitos.
Pero, como se ha cansado de contarlo, se tropezó con
su destino en el Barrio Sur. Cerca de los 20 años, de regreso en
Montevideo tras residir un tiempo en Buenos Aires, cuando comenzaba a
pensar en partir otra vez, se topó con una comparsa. Era la primera vez
en su vida que veía una y la emoción lo asaltó al notar las lonjas
ensangrentadas por el fervor. Los siguió hasta el legendario conventillo
Mediomundo, que se convertiría en su Mundoentero. "Me metí, me dejé
tragar. Subí la escalera de chapa sin darme cuenta de que era la
escalera del arte". Tanto se enamoró de la emblemática vecindad que
terminó instalándose para pintar la vida de sus habitantes y sería allí
donde lo descubriría un conocedor de arte que lo invitaría a exponer.
La convivencia funcionó; los vecinos del Mediomundo
aceptaron sin recelo a ese joven enorme de ojos claros que se quedaba
horas a observarlos para luego plasmarlos en cartones. "Una cosa que me
ha abierto todas las puertas es considerar que somos una familia entera.
Me tirás en Pakistán, Kuala Lumpur, Kenia, donde sea, y yo camino por
la calle, me abrazo con el primero que pasa y termino comiendo churrasco
con huevo frito en la casa", asegura Páez.
-¿Y su familia qué le decía en esa época de que fuera a pintar a un conventillo?
-(Sonríe)... Bueno, lo que pasa es que es una vida
completamente... no es que sea divorciada... Tenían que comprenderlo.
Aparte, para mí no era un conventillo, era un lugar donde vivían
hermanos negros y blancos, que tenían la música del candombe como base y
en donde pude participar.
A partir de entonces, la cultura afro se convirtió
en una ruta de vida. El artista inició un viaje por todos los países de
América Latina con importante presencia de negros -Brasil, Haití,
República Dominicana, Ecuador- e, inevitablemente, terminó en África,
donde recorrió 17 naciones. Allí conoció a Albert Schweitzer, el Premio
Nobel de la Paz que cuidó a centenares de leprosos en Lambaréné (Gabón),
donde el uruguayo se quedó un tiempo. "Fue la primera vez que le di la
mano a un santo", dice hoy.
En el Congo, a donde llegó contratado por el
gobierno para pintar un mural, se enteró de que estaba en la mira de un
comando militar que lo sospechaba comunista por venir de la República
"Oriental" del Uruguay. No importó que, con humor, él refutara que el
único ismo al que adhería fuera el ciclismo. Estaba condenado al
paredón. Escapó con la ayuda de un grupo de argentinos. "Fue una odisea
interesante para contarla. Ahora, para vivirla..."
Sí le brillan los ojos al hablar de su documental
afro Batouk, que clausuró el Festival de Cannes de 1967 y que contó con
Brigitte Bardot como madrina. "Fue curioso, porque después de estar
meses enteros en África, ser derrotado por las lluvias, pasar los
problemas más difíciles entre los ríos y las selvas cerradas, cuando mi
película se exhibe una mujer me dice: `Señor, ¿no me deja su butaca?
Porque me dejaron sin asiento`. Así que vi la película sentado en el
piso. ¡Después de todo ese esfuerzo!"
Picasso - o "Don Pablo", como lo recuerda Páez- es
otro capítulo catalizador de sonrisas. Conocerlo le despertó el interés
por la cerámica. "Empecé a trabajarla sin ser alfarero. Siempre lo digo:
mi vida es un intento permanente. Intenté la construcción sin ser
arquitecto, el cine sin ser cineasta, la música sin ser compositor".
- Intentó y logró.
-Eso está por verse. Mi historia se nutre de la sorpresa. Yo camino buscando lo inesperado. Eso me da felicidad.
No se autodefine pintor, ni arquitecto, ni
dibujante, ni siquiera artista; se dice un "hacedor". Pero entre las
palabras que lo explican, más allá de la osadía o el atrevimiento, se
erige la persistencia.
Fue persistente al buscar a su hijo, Carlos Miguel,
cuando después del accidente de Los Andes todos lo daban por muerto.
"Ese es un hecho muy especial. Si he buscado el arte toda una vida y no
sé si lo encontré, cómo no buscar a tu hijo que está perdido en la
montaña. Yo pensé que él era como yo, que iba a poder".
Fue persistente al luchar por otro de sus hijos,
Sebastián, cuando en una disputa legal el exmarido de su mujer lo quiso
reconocer como propio; una década de tramiterío y análisis genéticos
sellaron el debate.
Y también ha sido persistente en el amor: tres
matrimonios a cuestas lo ilustran. "Tuve la suerte de tener a mi lado a
tres mujeres maravillosas, que en su momento todo lo que hicieron lo
hicieron por mí. Si te ponés a pensar, lo mío es todo un juego de
vanidades y resultados. Pero atrás de mi obra está el esfuerzo de tres
mujeres que me aguantaron y me estimularon".
Su actual esposa, Annette Deussen, con quien lleva
una historia de casi 40 años, es la madre de sus tres hijos argentinos:
Sebastián, Florencio y Alejandro, que se unen a los uruguayos Carlos,
Agó y Beba. Orgulloso, el artista enumera los proyectos laborales de
cada uno, que incluyen boliche, hostel, taberna y parador, entre otros.
"Yo les digo que hay que intentar -insiste-. Hay que hacer. No hay peor
cosa que llegar a una edad como la mía y decir: `Ah, yo quería cantar
ópera y no me animé`".
Y como no hay mejor mensaje que el ejemplo, Páez
continúa haciendo. Mientras sopesa organizar una exhibición global en
Montevideo, acaba de terminar una exposición en Tigre, Buenos Aires,
donde reside la mitad del año en el establecimiento "Bengala", su
Casapueblo argentino. Unas 150 mil personas pasaron a ver la muestra.
Carlos le agradece especialmente al intendente de
Tigre Sergio Massa, quien considera que "seguramente será el próximo
presidente de los argentinos". "Yo tengo devoción por la gente joven;
hay que cambiar los apellidos tradicionales de la política", opina. Con
el tema abierto, el pintor se explaya un poco más revelando que en su
juventud admiraba a Luis Alberto de Herrera. "Yo era herrerista.
Después, entré en los grandes cambios que tiene un hombre cuando empezás
a pensar más a fondo", confiesa, al tiempo que comenta que en las
últimas elecciones votó a José Mujica. "Le tomé una tremenda simpatía,
es un hombre de una gran sencillez, muy franco en sus decisiones y en su
manera de actuar".
Lejos de los radicalismos, Páez aclara que lo
emocionó ver cómo, en el homenaje que le rindió días atrás el Senado, se
unieron oradores de todos los partidos; hablaron Pedro Bordaberry, Luis
Lacalle y Héctor Lescano. "Es fantástico. Yo sentí como que me estaba
abrazando el Uruguay".
Con motivo de sus inminentes 90 años, este 2013 la
agenda de Páez se llenó de homenajes... ¿con gusto a despedida? "Los
tomo con pinzas. Al paseo de entrada al Tigre le pusieron mi nombre; el
que entra no sabe si el hombre está vivo o ya murió, ¿entendés? Me
parece un poco prematuro. Inmerecido y prematuro". No obstante, el
pintor admite que, como Picasso, piensa en la muerte todos los días.
"Cuando llegás a mi edad pensás en los promedios. Ya es un triunfo haber
llegado a los 90".
- ¿Cree en Dios?
-Sí, pero no le soy leal. Nunca voy a misa, por
ejemplo. Recurro a él porque es como el copiloto en todas mis acciones.
Sé que él está ahí igual; me perdona. Es curioso, ¿no? Hay dos
oraciones, que son las únicas que sé, el Ave María y el Padrenuestro,
que creo que ya están desgastadas de las veces que las recé: en los
aviones, en los deseos de triunfo, en alguna cosa que ha sido difícil.
Es un apoyo que yo sé que está.
-¿Piensa en qué hay después?
-Pienso en la interrogante. Buscador de lo
inesperado, sí me gustaría irme con una valijita llena de colores y
pinceles... Quién te dice que no hay paredes para pintar.
SUS COSAS
Su amuleto
Desde hace 50 años, quien pose la mirada en la
muñeca de Páez Vilaró observará una especial pulsera negra. Se trata de
un accesorio hecho con pelos de cola de elefante, que se trajo de África
en 1962 y nunca más se sacó. Dice que tocar los nudos da suerte y suele
alentar a los demás a hacerlo.
Su orgullo
La Capilla Muticultos del cementerio Los Cipreses,
en San Isidro (Buenos Aires) es, para sorpresa de muchos, la obra que
más lo enorgullece. "En ella logré sumar todas las disciplinas que he
intentado: hice vitrales, pintura, los pisos. Fue muy difícil. Muchas
veces tenía que dejar el andamio y suspender el trabajo porque llegaba
un entierro. No es fácil para un hombre que quiere tanto la vida pintar
para la muerte".
Su referente
"Mi pasión más grande se despertó cuando vi la obra
de Figari", confiesa Páez Vilaró. Fue Delia, la propia hija del gran
pintor, quien se la presentó. "Fanfarrón, pensé: `Tengo que ganarle a
esta pintura. Él los pintó (a los negros) del recuerdo. Yo voy a
pintarlos de la realidad".
Sus amigos
Los gatos son otros habitués en las pinturas de
Páez. "Son mis amigos más antiguos, mis amigos silenciosos, que
estéticamente me entretienen. Me dan placer. A veces les pregunto: `¿Te
gusta este color?` Si me dice miau, entonces sigo para adelante". En
Casapueblo tiene cuatro, llamados Este, Oeste, Sur y Norte. En su
casa-atelier de Tigre conviven "unos diez o doce", cuenta el artista.
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