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Montag, 24. Februar 2014

Interwiev con C. PÁEZ VILARÓ

EL PERSONAJE | C. PÁEZ VILARÓ

"A mi edad, pensás en los promedios"

A punto de cumplir 90 años, el creador de Casapueblo y artista del candombe por antonomasia repasa los mojones de su vida con altibajos y habla de los homenajes con olor a despedida.

Gabriela Vaz

María, una de las asistentes de Carlos Páez Vilaró desde hace casi dos décadas, entra al atelier visiblemente entusiasmada. "Carlos, tengo una muy buena noticia. Recién llamaron para avisar que en un rato viene Isabel Allende", anuncia sonriente. Parado frente a su mesa de trabajo, inalterable, el artista comenta: "Mirá... Tengo todos sus libros. Justo el último se lo regalé a Annette".
-Me dijeron que ella lo entrevistó en Chile, por el accidente- continúa María.
- Ah... sí, puede ser...
Es lunes de mañana y muy pocas personas saben que una de las escritoras más populares de habla hispana anda por Uruguay. Sin embargo, en Carlos Páez Vilaró no se percibe más que cierta sorpresa calma. Es entendible. ¿Qué podría inquietar a un hombre que escapó de una condena a muerte en el Congo, que vivió en un leprosario de África, que convivió con un Premio Nobel, que tuvo de maestro personal a Pablo Picasso, que luchó por un hijo que todo el mundo creía muerto y estaba vivo, que luchó por otro hijo que la Justicia quería quitarle, que pintó el que supo ser el mural más largo del mundo, que estrechó las manos del Che Guevara y Andy Warhol y Juan Carlos Onetti y Marlon Brando y Salvador Dalí y Oscar Niemeyer y Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato y Juan Domingo Perón y Juan Manuel Fangio y Lech Walesa y Santos Discépolo y Astor Piazzolla y... y... y...?


El próximo 1° de noviembre, Páez Vilaró cumple 90 años. Se le descubre la edad en el bagaje infinito de anécdotas tanto como en los movimientos lentos y en la voz cascada, pero no así en la vitalidad. "Trabajar es lo que me mantiene, siempre estoy haciendo algo", sostiene en su atelier de Casapueblo, la icónica estructura blanca de Punta Ballena que su creador llama una "escultura habitable". Frente a él, en una larga mesa de madera, reposan pinceles, tachos de pintura y hasta un frasco de perfume que, simpático y risueño, rocía sobre periodista y fotógrafo. También hay láminas a medio hacer, en las que se adivinan las líneas de una comparsa. A pedido de María, está pintando con motivos de candombe, ya que es lo más solicitado.
A la obra de Páez Vilaró se la reconoce por sus soles, sus gatos, sus tamboriles y, antes que nada y que todo, sus negros. Los negros fueron el germen de su arte y de sus peripecias por el mundo; fueron el primer amor y, tal vez, el más inesperado para el hijo de un diplomático nacido en Pocitos.
Pero, como se ha cansado de contarlo, se tropezó con su destino en el Barrio Sur. Cerca de los 20 años, de regreso en Montevideo tras residir un tiempo en Buenos Aires, cuando comenzaba a pensar en partir otra vez, se topó con una comparsa. Era la primera vez en su vida que veía una y la emoción lo asaltó al notar las lonjas ensangrentadas por el fervor. Los siguió hasta el legendario conventillo Mediomundo, que se convertiría en su Mundoentero. "Me metí, me dejé tragar. Subí la escalera de chapa sin darme cuenta de que era la escalera del arte". Tanto se enamoró de la emblemática vecindad que terminó instalándose para pintar la vida de sus habitantes y sería allí donde lo descubriría un conocedor de arte que lo invitaría a exponer.
La convivencia funcionó; los vecinos del Mediomundo aceptaron sin recelo a ese joven enorme de ojos claros que se quedaba horas a observarlos para luego plasmarlos en cartones. "Una cosa que me ha abierto todas las puertas es considerar que somos una familia entera. Me tirás en Pakistán, Kuala Lumpur, Kenia, donde sea, y yo camino por la calle, me abrazo con el primero que pasa y termino comiendo churrasco con huevo frito en la casa", asegura Páez.
-¿Y su familia qué le decía en esa época de que fuera a pintar a un conventillo?
-(Sonríe)... Bueno, lo que pasa es que es una vida completamente... no es que sea divorciada... Tenían que comprenderlo. Aparte, para mí no era un conventillo, era un lugar donde vivían hermanos negros y blancos, que tenían la música del candombe como base y en donde pude participar.
A partir de entonces, la cultura afro se convirtió en una ruta de vida. El artista inició un viaje por todos los países de América Latina con importante presencia de negros -Brasil, Haití, República Dominicana, Ecuador- e, inevitablemente, terminó en África, donde recorrió 17 naciones. Allí conoció a Albert Schweitzer, el Premio Nobel de la Paz que cuidó a centenares de leprosos en Lambaréné (Gabón), donde el uruguayo se quedó un tiempo. "Fue la primera vez que le di la mano a un santo", dice hoy.
En el Congo, a donde llegó contratado por el gobierno para pintar un mural, se enteró de que estaba en la mira de un comando militar que lo sospechaba comunista por venir de la República "Oriental" del Uruguay. No importó que, con humor, él refutara que el único ismo al que adhería fuera el ciclismo. Estaba condenado al paredón. Escapó con la ayuda de un grupo de argentinos. "Fue una odisea interesante para contarla. Ahora, para vivirla..."
Sí le brillan los ojos al hablar de su documental afro Batouk, que clausuró el Festival de Cannes de 1967 y que contó con Brigitte Bardot como madrina. "Fue curioso, porque después de estar meses enteros en África, ser derrotado por las lluvias, pasar los problemas más difíciles entre los ríos y las selvas cerradas, cuando mi película se exhibe una mujer me dice: `Señor, ¿no me deja su butaca? Porque me dejaron sin asiento`. Así que vi la película sentado en el piso. ¡Después de todo ese esfuerzo!"
Picasso - o "Don Pablo", como lo recuerda Páez- es otro capítulo catalizador de sonrisas. Conocerlo le despertó el interés por la cerámica. "Empecé a trabajarla sin ser alfarero. Siempre lo digo: mi vida es un intento permanente. Intenté la construcción sin ser arquitecto, el cine sin ser cineasta, la música sin ser compositor".
- Intentó y logró.
-Eso está por verse. Mi historia se nutre de la sorpresa. Yo camino buscando lo inesperado. Eso me da felicidad.
No se autodefine pintor, ni arquitecto, ni dibujante, ni siquiera artista; se dice un "hacedor". Pero entre las palabras que lo explican, más allá de la osadía o el atrevimiento, se erige la persistencia.
Fue persistente al buscar a su hijo, Carlos Miguel, cuando después del accidente de Los Andes todos lo daban por muerto. "Ese es un hecho muy especial. Si he buscado el arte toda una vida y no sé si lo encontré, cómo no buscar a tu hijo que está perdido en la montaña. Yo pensé que él era como yo, que iba a poder".
Fue persistente al luchar por otro de sus hijos, Sebastián, cuando en una disputa legal el exmarido de su mujer lo quiso reconocer como propio; una década de tramiterío y análisis genéticos sellaron el debate.
Y también ha sido persistente en el amor: tres matrimonios a cuestas lo ilustran. "Tuve la suerte de tener a mi lado a tres mujeres maravillosas, que en su momento todo lo que hicieron lo hicieron por mí. Si te ponés a pensar, lo mío es todo un juego de vanidades y resultados. Pero atrás de mi obra está el esfuerzo de tres mujeres que me aguantaron y me estimularon".
Su actual esposa, Annette Deussen, con quien lleva una historia de casi 40 años, es la madre de sus tres hijos argentinos: Sebastián, Florencio y Alejandro, que se unen a los uruguayos Carlos, Agó y Beba. Orgulloso, el artista enumera los proyectos laborales de cada uno, que incluyen boliche, hostel, taberna y parador, entre otros. "Yo les digo que hay que intentar -insiste-. Hay que hacer. No hay peor cosa que llegar a una edad como la mía y decir: `Ah, yo quería cantar ópera y no me animé`".
Y como no hay mejor mensaje que el ejemplo, Páez continúa haciendo. Mientras sopesa organizar una exhibición global en Montevideo, acaba de terminar una exposición en Tigre, Buenos Aires, donde reside la mitad del año en el establecimiento "Bengala", su Casapueblo argentino. Unas 150 mil personas pasaron a ver la muestra.
Carlos le agradece especialmente al intendente de Tigre Sergio Massa, quien considera que "seguramente será el próximo presidente de los argentinos". "Yo tengo devoción por la gente joven; hay que cambiar los apellidos tradicionales de la política", opina. Con el tema abierto, el pintor se explaya un poco más revelando que en su juventud admiraba a Luis Alberto de Herrera. "Yo era herrerista. Después, entré en los grandes cambios que tiene un hombre cuando empezás a pensar más a fondo", confiesa, al tiempo que comenta que en las últimas elecciones votó a José Mujica. "Le tomé una tremenda simpatía, es un hombre de una gran sencillez, muy franco en sus decisiones y en su manera de actuar".
Lejos de los radicalismos, Páez aclara que lo emocionó ver cómo, en el homenaje que le rindió días atrás el Senado, se unieron oradores de todos los partidos; hablaron Pedro Bordaberry, Luis Lacalle y Héctor Lescano. "Es fantástico. Yo sentí como que me estaba abrazando el Uruguay".
Con motivo de sus inminentes 90 años, este 2013 la agenda de Páez se llenó de homenajes... ¿con gusto a despedida? "Los tomo con pinzas. Al paseo de entrada al Tigre le pusieron mi nombre; el que entra no sabe si el hombre está vivo o ya murió, ¿entendés? Me parece un poco prematuro. Inmerecido y prematuro". No obstante, el pintor admite que, como Picasso, piensa en la muerte todos los días. "Cuando llegás a mi edad pensás en los promedios. Ya es un triunfo haber llegado a los 90".
- ¿Cree en Dios?
-Sí, pero no le soy leal. Nunca voy a misa, por ejemplo. Recurro a él porque es como el copiloto en todas mis acciones. Sé que él está ahí igual; me perdona. Es curioso, ¿no? Hay dos oraciones, que son las únicas que sé, el Ave María y el Padrenuestro, que creo que ya están desgastadas de las veces que las recé: en los aviones, en los deseos de triunfo, en alguna cosa que ha sido difícil. Es un apoyo que yo sé que está.
-¿Piensa en qué hay después?
-Pienso en la interrogante. Buscador de lo inesperado, sí me gustaría irme con una valijita llena de colores y pinceles... Quién te dice que no hay paredes para pintar.

SUS COSAS

Su amuleto

Desde hace 50 años, quien pose la mirada en la muñeca de Páez Vilaró observará una especial pulsera negra. Se trata de un accesorio hecho con pelos de cola de elefante, que se trajo de África en 1962 y nunca más se sacó. Dice que tocar los nudos da suerte y suele alentar a los demás a hacerlo.

Su orgullo

La Capilla Muticultos del cementerio Los Cipreses, en San Isidro (Buenos Aires) es, para sorpresa de muchos, la obra que más lo enorgullece. "En ella logré sumar todas las disciplinas que he intentado: hice vitrales, pintura, los pisos. Fue muy difícil. Muchas veces tenía que dejar el andamio y suspender el trabajo porque llegaba un entierro. No es fácil para un hombre que quiere tanto la vida pintar para la muerte".

Su referente

"Mi pasión más grande se despertó cuando vi la obra de Figari", confiesa Páez Vilaró. Fue Delia, la propia hija del gran pintor, quien se la presentó. "Fanfarrón, pensé: `Tengo que ganarle a esta pintura. Él los pintó (a los negros) del recuerdo. Yo voy a pintarlos de la realidad".

Sus amigos

Los gatos son otros habitués en las pinturas de Páez. "Son mis amigos más antiguos, mis amigos silenciosos, que estéticamente me entretienen. Me dan placer. A veces les pregunto: `¿Te gusta este color?` Si me dice miau, entonces sigo para adelante". En Casapueblo tiene cuatro, llamados Este, Oeste, Sur y Norte. En su casa-atelier de Tigre conviven "unos diez o doce", cuenta el artista.

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